JORDI ORTEGA
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Tras el fracaso de Copenhague, ¿logró Cancún unir los pedazos rotos? La cumbre del clima de Cancún fue cine de autor, mientras que Copenhague fue una superproducción. ¿Rrecuerdan a los 140 jefes de estado sobreactuando? Copenhague acabó convertida en un thriller amargo, de intrigas, de golpes bajos, en medio de torpezas y falta de habilidad por parte de la presidencia danesa. Cancún fue un alarde de competencia. El presidente Felipe Calderón y la ministra Patricia Espinosa fueron capaces de crear aquellas atmósferas constructivas.
Llevamos más de tres años para alcanzar un acuerdo sobre el cambio climático. En Bali, en 2007, se fijo la ruta para buscar un sustituto a los actuales compromisos. ¿De qué acuerdo hablamos? En Copenhague se habló de lograr un acuerdo ambicioso, vinculante. Pero hay cierta confusión conceptual. Con el nuevo acuerdo sobre el clima, no estamos esperando un nuevo testamento, frente al antiguo representado por el protocolo de Kioto; ni siquiera se espera una segunda parte del mismo. Se trata de algo más simple. Se trata, como ocurre en otros convenios, de incluir nuevos compromisos a más largo plazo, de renovar los existentes. Basta una reedición del protocolo de Kioto, eso si, revisada, actualizada. Ni siquiera hay que someterlo a su ratificación. Ya está ratificado.
En Bali se definieron dichas tareas. Se trata de asumir nuevos compromisos a largo plazo para las naciones industrializadas e incluir acciones –no son compromisos formales vinculantes- en el caso de los países en desarrollo. Las cumbres se parecen más a aquellas etapas que forman parte de un tour. No debíamos esperar un acuerdo final, sino más bien una rehabilitación integral, que permita asumir nuevas meta de escala mucho más ambiciosas. La complicación se produce por la necesidad de incorporar nuevas estructuras financieras, fondos de adaptación, cuestiones forestales, transferencia tecnológica y demás. Para afrontar esos nuevos compromisos a largo plazo, el propio protocolo de Kioto señala que, agotadas las opciones de consenso (que no unanimidad), se puede acudir a tres cuartos para tener una mayoría.
Frente Copenhague, las expectativas de Cancún eran escasas. Los delegados el día previo a su final se preguntaban, ¿es posible un fracaso mayor que Copenhague? ¿Es posible algo peor? No sólo estaba en riesgo el cambio climático y un incremento de temperaturas 3, 4 ó hasta 6 grados para final de siglo. La convención estuvo al borde del colapso. Y Naciones Unidas, a un paso de convertirse en una institución zombi. Tres años de fatigas, desavenencias, desgaste, desconfianzas, que México logró contrarrestar, ya sin muchos focos.
México ofreció a las delegaciones elegantes cristales que pueden cambiar de tono, pero la sustancia es la misma. Las diferencias entre países siguen siendo las mismas. Cada país aspira a mejorar su competitividad y a adoptar medidas frente al cambio climático no coincidentes entre sí, aunque un cambio de tono contribuyó a acercar posturas. Pero llegaron las complicaciones.
Japón rechazó seguir bajo el protocolo de Kioto. Rusia y Canadá no estaban dispuestos a aceptar un segundo periodo de compromisos. ¿Volvíamos a Copenhague? Allí ni se planteó un funeral del Protocolo de Kioto. Tan sólo Nicholas Sarkozy recordó que Kioto no caduca, ¿Por qué no una prorroga? En Cancún, Europa salió al paso teniendo que desmentir que quisiera acabar con Kioto.
En Copenhague, se perseguía el anuncio de un gran acuerdo del clima. Se quería que éste fuera ambicioso, suficiente, vinculante, pero proponía redactar un nuevo acuerdo. Se quería que todo el mundo hiciera su contribución. Se señalaba con el dedo a China. Pero aun siendo igualitario, ¿sería un acuerdo justo?
Permitan poner un ejemplo. Ante un problema de obesidad planetaria, nadie reclamaría que los anoréxicos también sugiera una dieta. Un principio de ética aristotélica es no tratar igual a quien es diferente. El principio de responsabilidad común pero diferenciada se basa en una justicia distributiva. No están claro que no existan responsabilidades históricas.
En Copenhague descarrilaron las negociaciones, y de ellas fueron excluidas las Naciones Unidas, pues se creó un club de países asociados promotores del acuerdo. El acuerdo a puerta cerrada entre China y Estados Unidos, ¿era el nuevo liderazgo que necesita el mundo? En Cancún, en cambio, hemos vuelto a las negociaciones multilaterales.
Tras Cancún podemos contemplar Copenhague como la suma de dos debilidades y múltiples impotencias y miserias. Esa unión de dos debilidades: Obama que no podía, China que no quería. ¿Y Europa? Barroso ni quiere, ni puede; simplemente calla. La gran coalición de los hipócritas. Si no es capaz de defenderse de ataques especulativos, ¿qué se puede esperar que haga ante el ataque del cambio climático?
Cancún muestra el ascenso de China y de los países emergentes a potencias mundiales. ¿Qué hace Europa en el mundo del siglo XXI? Y no me refiero sólo en materia climática, cuál es su posición en el mundo. Cínicamente elegir perfectos desconocidos que no hicieran sombra las decisiones de Londres, París, o Berlín. Que nadie piense que China va a sustituir el papel de Estados Unidos. China está pensando en las oportunidades que le brinda el siglo XXI, de liderar las tecnologías verdes, mientras Estados Unidos vive de ser la potencia que fue en el siglo XX. Y Europa, demasiado dividida y débil, duda entre ser un socio clave en la lucha contra el clima y la modernización ecológica de la economía, o jugar al gato y al ratón con Rusia.
Sería un error pensar que el cambio climático no está perdiendo fuerza en las agendas políticas y gobiernos. Éstos actúan a la defensiva, en las viejas trincheras de la política nacional. No se podrá abordar las amenazar energéticas, climáticas y financieras si no somos capaces de gobernar más allá de los estados nacionales.
Europa tiene la capacidad, si es capaz de jugar bien sus cartas, de convertirse en el centro de las tecnologías bajas en carbono. Pero está débil y dividida. Siendo todavía un gigante económico, el primer mercado de energía del mundo, con mercados fragmentados, actúa como un enano político. China y Estados Unidos se disputan ser la locomotora. Europa parece dudar abandonar el tren. ¿Con qué cara exigimos a China ambición mientras declaramos que las sostenibles energías renovables son insostenibles?
China apoya sinceramente la lucha contra el cambio climático. En su política interior, es el modo de evitar la fractura interna, necesita recursos y crecimiento económico, y es condición para ello de una fuerte innovación ecológica y revolución tecnológica. En el plano exterior, el modo de acceder a nuevos mercado, su conversión en el gigante económico del siglo XXI pasa por dominar las tecnologías bajas en carbono.
¿No han quedado obsoletos los objetivos sobre reducción de gases marcados por la Unión Europea para el 2020? Los costes de asumir los objetivos sobre reducción de gases para 2020 estaban calculados sobre proyecciones muy conservadoras. La Comisión Europea no descarta un coste anual para Europa, si no aborda una acción más ambiciosa, de entre 300.000 a 400.000 millones de euros par esa fecha. Pero los rescates bancarios o los incrementos del coste del petróleo superan esa cifra. ¿Hasta qué punto Europa no es consciente que está jugando con la ruleta de la historia? Mientras tanto, la incapacidad de incrementar la producción la OPEP sería el jaque a la recuperación económica.
Permitan mostrar el modo en que se negocia. En Copenhague Hilary Clinton anunció un fondo de 100.000 millones de dólares, eso si, fondos bilaterales, multilaterales, públicas, privadas, ¿qué ponía Estados Unidos? Lula, capto el juego de artificios, proclamo que Brasil seria un país donante. Maldivas, que oyó sonar dinero; y antes de que otro país descubriera las ventajas, se comprometió a reducir sus emisiones un 100%... y pregunt, ¿quién me lo financia? El gran riego es la poca transparencia de la financiación de la ayuda de adaptación ó la mitigación al cambio climático a los países en desarrollo: el riesgo es que se destinen a ese fin recursos ya apalabrados para la ayuda al desarrollo. Así, WikiLeaks filtró uno cable fechado el 11 de febrero. Pershing, negociador de Estados Unidos, se reunió en Bruselas con Connie Hedegaard, comisaria europea del Clima. “Esto de la ayuda financiera”, desveló The Guardian (en diciembre del 2010), “es el modo de obtener apoyo político, pero ¿cómo volvemos a reciclar las promesas?” A esto, Connie le comentó, “¿vosotros aplicarás “contabilidad creativa”?”
Las negociaciones se parecen más a aquella escena final de “Quemar después de leer” en que el director de la CIA pregunta, “¿Qué hemos aprendido?”, que aquella imagen de reuniones nocturnas en hoteles en donde se deciden los destinos del planeta. WikiLeaks ofrece una imagen menos teórica de la política.
En Cancún no se acordó ni cifras, ni plazos, pero si se volvió a los procedimientos habituales. México presentÓ una propuesta sensata con sentido común. Y llegÓ la noche en que decide la suerte de clima. Bolivia se apresuró a tomar la palabra para rechazar el texto, y reclamar un tribunal internacional que juzgue los crímenes contra el clima, muy preocupados por sus vecinos isleños, aunque vivan 3.000 metros sobre el nivel del mar. Difícil se lo ponían a quien no estaban dispuestos a suscribir el acuerdo de Kooto. ¿Se imagina Estados Unidos o Canadá rechazando con Bolivia el texto? Delegación tras delegación, se acepto la propuesta. Patricia Espinosa, que presidia la conferencia, dio por aceptado el acuerdo distinguiendo consenso de unanimidad. ¿Cómo sigue?
Hay aún duro trabajo por delante. No sólo crear las instituciones internacionales, fondos, estos no van a funcionar si no se crean estructuras institucionales regionales. El meollo está entre quienes quieren crear una mayor vigilancia y quienes proponen generar mecanismos de actuación actuaciones de mucha mayor escala, con objetivos temporales mucho mayores, un nuevo trabajo en común que requiere de una renovación de las instituciones, que empieza por cambiar nuestra forma de pensar.
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