LARA MURGA (Corresponsal)
Estos días los principales diarios del país también se interrogan sobre las causas del accidente. Ayer La libre Belgique llevaba en portada un solitario “¿por qué?”, mientras que Le Soir iba más lejos y titulaba “¿un drama evitable?”. Gracias a los medios, hemos descubierto la existencia de un dispositivo que permite a un tren frenar automáticamente en caso de haberse saltado un semáforo rojo. Uno de los trenes que colisionaron lo tenían; el otro, no. El mismo día del accidente, el informativo de la televisión pública reunía a los dos máximos responsables del servicio ferroviario belga. En un ejercicio periodístico admirable, el presentador superaba las cuestiones dictadas por el duelo y les preguntaba por la relación entre el accidente y el deterioro de las condiciones laborales en el sector.
Las quejas de los sindicatos
En tiempos de crisis quien más y quien menos ha recortado sus gastos: unas vacaciones por aquí, una cenas por allá… A los estados también les ha tocado apretarse el cinturón, pero ese encaje de bolillos está afectando a cosas fundamentales para todos, como la sanidad o la seguridad de los transportes públicos. En Bélgica desde hace unos años el tiempo de trabajo de los maquinistas se ha ido aumentando hasta llegar a jornadas de diez horas. Otros trabajan durante siete días seguidos sin tiempo de descanso. Al agotamiento físico y mental se suma al estrés generado por la escisión de la compañía pública en tres filiales. “Estas empresas trabajan unas contra otras, poniendo en peligro la seguridad de todas” denunciaba el portavoz del sindicato independiente de ferroviarios. Más precariedad: en 2011 sólo el 50 % de los trenes dispondrán de la tecnología que, según la mayoría de los expertos, hubiera evitado el choque.
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