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martes, 16 de febrero de 2010

De tragedias, precariedad laboral y simbolismo

LARA MURGA (Corresponsal)

BRUSELAS. Cuando ocurre una tragedia como el accidente ferroviario de Bélgica, se abren dos niveles de lectura. El primero es fácil e instantáneo: hay 18 vidas destruidas y otras tantas familias destrozadas para siempre. En el segundo intentamos responder a las preguntas. ¿Cómo pudieron colisionar dos trenes de esa manera en un país que cuenta con la red de alta velocidad más desarrollada de toda Europa? ¿Por qué varios maquinistas de la compañía estatal de ferrocarriles, SNCB, convocan una huelga apenas 24 horas después del siniestro?

Estos días los principales diarios del país también se interrogan sobre las causas del accidente. Ayer La libre Belgique llevaba en portada un solitario “¿por qué?”, mientras que Le Soir iba más lejos y titulaba “¿un drama evitable?”. Gracias a los medios, hemos descubierto la existencia de un dispositivo que permite a un tren frenar automáticamente en caso de haberse saltado un semáforo rojo. Uno de los trenes que colisionaron lo tenían; el otro, no. El mismo día del accidente, el informativo de la televisión pública reunía a los dos máximos responsables del servicio ferroviario belga. En un ejercicio periodístico admirable, el presentador superaba las cuestiones dictadas por el duelo y les preguntaba por la relación entre el accidente y el deterioro de las condiciones laborales en el sector.

Las quejas de los sindicatos

En tiempos de crisis quien más y quien menos ha recortado sus gastos: unas vacaciones por aquí, una cenas por allá… A los estados también les ha tocado apretarse el cinturón, pero ese encaje de bolillos está afectando a cosas fundamentales para todos, como la sanidad o la seguridad de los transportes públicos. En Bélgica desde hace unos años el tiempo de trabajo de los maquinistas se ha ido aumentando hasta llegar a jornadas de diez horas. Otros trabajan durante siete días seguidos sin tiempo de descanso. Al agotamiento físico y mental se suma al estrés generado por la escisión de la compañía pública en tres filiales. “Estas empresas trabajan unas contra otras, poniendo en peligro la seguridad de todas” denunciaba el portavoz del sindicato independiente de ferroviarios. Más precariedad: en 2011 sólo el 50 % de los trenes dispondrán de la tecnología que, según la mayoría de los expertos, hubiera evitado el choque.

Hasta esta tragedia, el último gran accidente ferroviario que recordaban los belgas era el de Pécrot. Ese siniestro tuvo mucho que ver con las fracturas lingüísticas del país. Un trabajador que, tras advertir la salida errónea de un tren de su estación, avisa a la estación de destino; y un compañero que no puede reaccionar a tiempo, porque ninguno entiende el idioma del otro. En el choque de hace dos días uno de los trenes era valón y el otro, flamenco. Todo un símbolo en un país en que las tensiones entre la comunidad francófona y la de habla holandesa amenazan con colisionar cualquier día. Mientras que el Rey y el Primer Ministro anulaban sus respectivos compromisos, el presidente de la región flamenca, Kris Peeters, olvidaba la otra mitad del país y declaraba: “Hoy es un nuevo día negro para Flandes”. Y es que algunas tragedias pueden esconder incluso un tercer nivel de lectura


http://www.gazeta20.com/?p=4754

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