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jueves, 7 de enero de 2010

Contaminación atmosférica

Publicado Jueves , 07-01-10 a las 12 : 21
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Como profesor de materias relacionadas con el medioambiente trato de inculcar a mis alumnos, que la contaminación en genera, y en particular la atmosférica, es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo. Sin duda, la elevada concentración de dióxido de carbono en la atmósfera es uno de los mayores quebraderos de cabeza, ya que es muy difícil bajar sus niveles de emisión y, en consecuencia, poder cumplir lo que nos exige el Protocolo de Kioto y las siguientes normativas con él relacionadas. Sólo un ingente desarrollo de las energías renovables y los deseables procedimientos de captura industrial de dicho gas, hoy todavía no operativos a gran escala, podría empezar a controlar su efecto negativo.
En relación con el «malvado» gas, quiero decir que sí, que su presencia en la atmósfera es, sin duda, la mayor causa del cambio climático. Pero yo, como profesor, siempre me refiero a él como «héroe y villano». «Villano», «malote» como dice mi nietecillo, por lo que todos conocemos, y «héroe», porque sin él no es posible la vida, y porque si sin su presencia en la atmósfera, sin dar lugar a un «ligero efecto invernadero», los rayos solares, después de incidir en la superficie de la tierra, escaparían libremente al espacio interestelar, y se provocaría una era de glaciación, en la que me temo que tendríamos poco que hacer, los que ahora tanto nos preocupamos por el calentamiento global.
La situación la ha creado el hombre, porque a lo largo de un enorme periodo de tiempo, ha abusado desmesuradamente de la biosfera en la que habita, no ha permitido que los mecanismos de autorregulación ecológica cumpliesen su función; ha roto el equilibrio que preside el ciclo del carbono. Quemar combustible para calentarse, para cocinar sus alimentos,…, talar árboles para sus viviendas, o para construir barcos, fue asumible. Los grandes sumideros naturales de dióxido de carbono, las aguas oceánicas y los grandes bosques compensaban el vertido contaminante. Después llegó la máquina de vapor, el desarrollo de la revolución industrial, el disponer de medios de transporte autónomos del viento,…, la mejora de la calidad de vida en una sociedad desarrollada… Sin duda, el nivel de vertido gaseoso a que nos referimos fue creciendo exponencialmente, y si bien es verdad que el sumidero acuoso ahí está, a lo largo del tiempo, la tala de árboles y los incendios de los bosques han provocado situaciones irreversibles. En tono jocoso, llevo años insistiendo en que si alguno de mis alumnos llega a tener responsabilidad política, aunque solo sea a nivel local, que por favor, plante árboles, y que, por supuesto, los riegue y los cuide.
Pero yo no escribo estas líneas para contar cosas que todo el mundo sabe, no, si no porque muy próxima mi jubilación, me ha dado por hojear la prensa del siglo XX, empezando por el 1900, y me produce satisfacción leer que en nuestro excelente Campus Tecnológico de Toledo, en los espacios de la antigua Fábrica de Armas, donde aún desarrollo mi labor docente, fue visitado en 1904, por un entonces joven Don Alfonso XIII. En efecto, en la Crónica General correspondiente al día ocho de marzo de 1904, en la Ilustración Española y Americana (Año XLVII, nº IX, pág. 130), aparece el siguiente texto:
Era indispensable: Toledo es una de las poblaciones que se enseñan al extranjero, y no será extraño que Su Majestad tenga que hacer honores de esa excursión a algún regio huésped más pronto o más tarde. Malo resultó el día elegido; pero lo peros lo pasábamos en Madrid con una nevada que duró toda la mañana. El Ayuntamiento y la Diputación recibieron al Rey con las formulas de ritual, entregando el Municipio las llaves, y asistiendo bajo mazas, o como se decía en otro tiempo, asistiendo la ciudad en forma de ciudad. La primera visita fue para Nuestra Señora del Sagrado, que inspira a los toledanos mucha devoción, da nombre a tanta toledana y posee un caudal de alhajas en su relicario. En el histórico Alcazar, hoy Colegio de cadetes, palacio imperial y fortaleza que fue, visitó las clases como en la Universidad madrileña, levantó arrestos, revistó a los colegiales y fue vitoreado por el pueblo, al que impresionó gratamente al travesar las calles cabalgado al frente su escolta. La excursión dio término con la visita a los talleres de la famosa Fábrica de Armas.
Y más adelante, lo que para mí justifica lo que escribo, el encontrar que en la misma publicación, con fecha ocho de julio de 1904 (año XLVIII, nº XXV, pág. 2), el periodista responsable de la Crónica General, señor Fernández Bremon, se preocupa de que los vertidos bélicos, en la ya olvidada Guerra Ruso-Japonesa, en el asedio de Port-Arthur por parte de la flota japonesa, pudieron ser el motivo de una alteración climatológica que se detectó en el oeste americano. Tras exponer sus dudas sobre el desarrollo de los acontecimientos, a favor de uno u otro de los beligerantes, según la fuente de información, afirma categóricamente: «Lo que positivamente creo es que las tormentas que padecemos y descargan en América y en muchas regiones son consecuencia de las conmociones atmosféricas de los cañoneos y voladura de explosivos de guerra».
Esta es la primera referencia explícita al problema de una posible incidencia de vertidos contaminantes sobre el cambio climático, que yo conozco.
Por cierto, es curioso que en el conflicto aludido, cuyas repercusiones fueron definitivas para el nacimiento de un Japón imparable, y el hundimiento del zarismo, las técnicas del ataque japonés a Port-Arthur, en aquel tiempo base naval rusa en el Lejano Oriente, fueron prácticamente las mismas, que años más tarde se utilizaron en Pearl Harbour, con ataque aéreo, en vez de torpederos.
El problema estratégico entonces fue la distancia y el abastecimiento de carbón de la flota rusa, carbón que al quemarse, sin duda alguna contaminaba de dióxido de carbono la atmósfera. ¿Cuánto de este contaminante no se vertería después del fenómeno manifestado por el periodista, tanto en los desplazamientos de las flotas como en la decisiva batalla de Tsushima?
Y después, qué pasó? ¿Qué hizo la Humanidad en la Primera Guerra Mundial? ¿Qué no se contaminaría en la Segunda? Los barcos quemaban carbón, después combustible líquido, pero ambos liberaron dióxido de carbono; y no hablo de lo que contaminaron los explosivos, ni quiero referirme al horror nuclear de Hiroshima y Nagasaki. Además, no podemos olvidarnos de los «vertidos contaminantes» en los diferentes conflictos bélicos locales, que han asolado la faz de la tierra; de las emisiones provocadas en los incendios de los yacimientos petrolíferos y masa arbóreas, en las catástrofes naturales y en las erupciones volcánicas.
Pero no acabemos en tono catastrofista, ni bélico, hablemos en términos de bienestar. Además de todo eso, en una parte de la Humanidad —ese es otro gran problema— vivimos mucho mejor que nuestros mayores, nos desplazamos más, pasamos menos calor y menos frío, construimos más, —infraestructuras, redes viarias, viviendas— nos hemos desarrollado industrialmente en una curva ascendente. Eso es bueno, pero lleva ligado un coste, ya que para ello hemos necesitado energía útil, y para producirla, no nos tapemos los ojeos, en el mundo —a parte de la energía nuclear— se quema mucho carbón, se quema mucho fuel y se quema mucho gas natural; hemos mejorado, sin duda, el rendimiento de las centrales térmicas, pero seguimos vertiendo cantidades ingentes de dióxido de carbono a nuestra pobre y sufrida atmósfera. Solo la Ingeniería Química, puesta al servicio de la Ingeniería Medioambiental, y el empleo de fuentes energéticas no productoras de dióxido de carbono, junto con la futura disponibilidad de sumideros del nocivo gas, podrán controlar más o menos pronto, los efectos de la contaminación. Pero como yo quizá no lo vea, sigo insistiendo a mis alumnos, ¡plántenme árboles, riéguenmelos y cuídenmelos!
JOAQUÍN RODRÍGUEZ GUARNIZO ES PROFESOR DE INGENIERÍA MEDIOAMBIENTAL DE LA UCLM

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