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martes, 22 de noviembre de 2011

Riesgo ambiental, cambio climático y políticas insuficientes


Lo que falta es más conciencia y más voluntad de democracia, sobre todo en los liderazgos de mayor influencia.

Escrito por Editorial
Martes, 22 noviembre 2011 00:00 - San Salvador
Hace apenas unas pocas semanas se descargó sobre nuestro país la tormenta 12-E, que dejó a mucha gente en condiciones más precarias que las que ya se tenían. Hubo gran conmoción en su momento, pero, como siempre ocurre, hoy eso parece cosa del pasado. Este es el proceder que hay que ir corrigiendo, para no saltar de emergencia en emergencia, con la carga de no haber hecho a tiempo lo que se debía. Nuestro país es ambientalmente inseguro por su propia configuración geográfica y geológica, y esto no lo podemos cambiar en lo básico; también nuestro país está expuesto, como todos, y en muchos sentidos con más flancos descubiertos, a los impactos de la inseguridad climática derivada del cambio descompensado que vienen produciendo los abusos humanos, y esto puede ser relativamente administrado; y además nuestro país padece de un síndrome tradicional de políticas insuficientes en el ámbito público y de descontroles crecientes en los distintos ámbitos privados, y esto sí puede ser redirigido y recompuesto, porque depende de las voluntades y decisiones institucionales y de la organización social y ciudadana.
En lo que corresponde a las políticas que vienen imperando en el ambiente nacional ya en forma viciosamente consuetudinaria, si bien no se han dado hasta la fecha las reorientaciones y correcciones que las mismas necesitan para ser eficientes y eficaces, tenemos hoy la ventaja de estar inmersos en un proceso de democratización modernizadora, que aunque no avance con la celeridad y la consistencia que se necesita y que quisiéramos, constituye un carril comprometedor e impulsor que está en abierto contraste con las distorsiones paralizantes que vivíamos al respecto durante las largas etapas anteriores a la guerra interna. Lo que falta es más conciencia y más voluntad de democracia, sobre todo en los liderazgos de mayor influencia.
Tenemos el territorio que tenemos y estamos expuestos a la imprevisible volatilidad climática; vivimos rodeados de infinidad de necesidades humanas a las que hay que responder sin evasivas; la globalización nos llega y nos impacta en lo bueno y en lo malo. Nuestros márgenes de reacción resultan, entonces, por una parte más estrechos y por otra más amplios. Frente a la naturaleza con sus fuerzas desatadas muy poco podemos hacer; pero sí hay más oportunidades para desplegar y desarrollar políticas nacionales –públicas y privadas– que nos permitan no sólo defendernos mejor de las contingencias físicas, sino prevenir más eficientemente sus efectos en lo social y en lo humano.
El punto clave está en el cómo. Y ahí se manifiestan, como ya es habitual, las mayores resistencias, que son reflejos de las formas de actuar del pasado, ya obsoletas, pero con bastante capacidad aún para poner obstáculos y barreras. La principal resistencia es a la interacción, es decir, al trabajo en común. Las fuerzas políticas no se quieren entender entre sí, y de paso no se animan a entrar en verdadera comunicación positiva con las fuerzas económicas y sociales, que además padecen del mismo mal. En resumen, es en la administración de la realidad donde están los nudos fundamentales. Esto es injustificable y absurdo, pero muy real; y los efectos negativos los vamos viendo cada vez más en el día a día.
Hay que decirlo una vez y mil veces: en tanto no se dé un desbloqueo efectivo de todas esas resistencias, y desde todos los ángulos y en todos los sectores, fuerzas y grupos, estaremos, como país y como sociedad, crecientemente expuestos a lo peor.

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