Alberto E. Cassano
La siguiente información ha sido extractada de un informe del Environmental Mining Council de British Columbia que está ubicada en el extremo noroeste de Canadá.
Imagen aérea de la mina de diamantes de Diavik en Canadá. Las empresas más cuidadosas, procuran tratar los líquidos para extraerles las sustancias peligrosas antes de bombearlos. Foto: EFE
Sobre el agua
El agua es considerada la víctima más común de la minería. Por una parte se trata de consumos y desperdicios importantes (entre 3 y 60 metros cúbicos de agua por tonelada, según el lugar y el proceso) que en algunos casos sería imperioso que tenga otros destinos. Y por la otra, la minería es una fuente casi “inevitable” de contaminación acuática superficial y subterránea, con la que los que la provocan dicen que hay que aprender a convivir. Mencionaré algunos.
I) Los productos químicos. Sus consecuencias se sufren en el transporte hacia la mina y en la movilización de los concentrados en la zona de trituración y molienda. Las empresas más cuidadosas, procuran tratar los líquidos para extraerles las sustancias peligrosas antes de bombearlos a los relaves (o presas de colas) que contienen mezclas de productos químicos, tierra, minerales, rocas y agua. Los más importantes son: amoníaco, cal, cloro, ácido clorhídrico, sulfato de cobre, permanganato de potasio, cianuro de sodio, sulfuro de sodio, dióxido de azufre y ácido sulfúrico.
II) Drenaje Ácido de las Minas (MAD o DAM según el idioma). El ácido se genera por el contacto de sales contenidas en las rocas -tales como el bisulfuro de hierro (oro falso o pirita), el sulfuro de plomo (galena) y el sulfuro de cinc- cuando son expuestas al contacto con el agua y el aire. La extracción, trituración y molienda en las minas, incrementa fuertemente este proceso que de otro modo mantendría los compuestos sellados bajo tierra. La naturaleza tiene sus propios remedios para este proceso, por la neutralización que produce la existencia de rocas alcalinas (en general piedra caliza). El resultado final depende del contenido de estas rocas aledañas, pero en presencia de la minería el DAM es demasiado importante para ser contrarrestado por las defensas naturales. Cuando el DAM no es detenido, precipita en los cauces acuosos generando mezclas re-solidificadas en el fondo. Su efecto es usualmente nocivo para muchos organismos. El DAM puede manifestarse rápidamente o demorar años, pero una vez que ocurre, la situación siempre tiende a empeorar y sobre todo a perdurar (se conocen casos de minas explotadas en el siglo XVIII que aún hoy continúan produciendo el DAM). El efecto es doble: por un lado el incremento de la acidez y por el otro la incorporación de metales. Ambos tienen siempre consecuencias dañinas para el ambiente y las especies vivas animales o vegetales. Su efecto es entre 20 y 300 veces más pernicioso que la conocida lluvia ácida.
El tratamiento del DAM es costoso y en algunos países es obligatorio (no lo es en la Argentina) y pueden necesitar muchísimos años de continuidad para controlarlo. Se puede recurrir a procesos químicos específicos (tratamiento activo) o la siembra de especies vegetales que absorben el DAM (pero se convierten en tóxicas para algunas variedades animales) y bacterias que lo corrigen (procesos pasivos). Si nadie los obliga y controla, no los aplican. Y en cualquier caso, a veces requiere tanto tiempo que origina una herencia gravosa para las generaciones futuras.
Los metales no tratados, provenientes del DAM o de derrames accidentales que se pueden depositar en el fondo de cauces acuáticos, muchas veces por un cambio en la acidez del agua o la presencia de corrientes muy fuertes (descongelamientos o lluvias muy intensas) se reincorporan a los cursos de agua y luego recorren cientos de kilómetros más allá de la fuente original.
En los hechos, los relaves son depósitos enormes de metales pesados tóxicos que a veces por fallas o desbordes se incorporan al agua provocando la muerte de especies acuáticas en gran escala. Y tienen el grave inconveniente de que, a diferencia de la mayor parte de la contaminación por materia orgánica, no desaparecen como consecuencia de procesos biológicos naturales, que en ésta última pueden ser lentos, pero terminan por eliminarla.
Simplemente para dar un ejemplo: una cuchara plena de té, conteniendo algunas sales de cobre, disuelta en 100 metros cúbicos de agua (100 tanques de agua domiciliarios) ya superaría los límites de toxicidad admisibles para el agua de consumo.
Muchos metales disueltos son cancerígenos y algunos que no lo son generan enfermedades crónicas como la arsenicosis (arsénico) o el saturnismo (plomo). Y son frecuentes los informes de niveles de plomo y arsénico encontrados en personas que viven cerca de áreas mineras. Los principales metales que se disuelven de acuerdo al trabajo “Minería y su Pasivo Ambiental” de la Fundación Terram en el año 2003 son: Cobre, Calcio, Magnesio, Sodio, Potasio, Arsénico, Cadmio, Molibdeno, Plomo, Estroncio y Bario. Varios de ellos son extremadamente tóxicos. Y como ya se mencionó, los procedimientos para remediar estos problemas son muy costosos y a veces hay que llevarlos a cabo durante largos años.
El efecto de los sedimentos.
Todos los ríos transportan sedimentos suspendidos resultantes de diversos procesos de erosión. El tipo de sedimento determina si el agua es límpida o turbia.
Las operaciones de minería suelen incrementar enormemente las concentraciones de sedimentos flotantes en ríos y lagos. Las operaciones de tala y desforestación facilitan la erosión y, más tarde, el dinamitado de la roca y la operación de maquinaria pesada la incrementan mucho más. Luego, las partículas sueltas son transportadas por el viento, el agua de lluvia, la fundición de la nieve y los glaciares hasta los ríos y otros cauces naturales. La turbiedad natural normal es generalmente tolerada por la fauna acuática y siempre tiene la posibilidad de moverse hacia regiones menos turbias. Pero si todas las aguas cercanas se han transformado en reservorios acuáticos de muy alta turbiedad no tienen escapatoria. En otras palabras, la minería puede alterar seriamente el ciclo natural del traslado de los sedimentos por aumentar severamente la concentración de materia suspendida. Dependiendo de la composición y nivel de concentración de algunos elementos contenidos en los sedimentos, los mismos pueden ser rápidamente letales para muchas especies. En otros casos, los niveles que se originan son sub-letales, lo que significa que dependiendo del tiempo de exposición de los seres vivos, pueden sobrevivir o morir. Muchas veces, independientemente de la composición, una alta concentración de sedimentos obstaculiza la penetración de la luz en las aguas, lo que afecta la temperatura y el crecimiento de algunas especies vegetales. Otras veces obstruye las agallas de los peces o impide el desarrollo de los huevos y las larvas de los insectos. Y en los casos más extremos, precipitan en grandes cantidades afectando el hábitat de muchos organismos animales y vegetales; sea porque directamente soterran las huevas de los peces o porque sofocan a los seres vivos por la falta de oxígeno o porque impiden la llegada de los diferentes elementos que forman parte de la cadena alimenticia natural.
En resumen, podemos volver al cierre de la opinión anterior. Si estos problemas son inevitables o muy difíciles de corregir, porqué al menos no son aprovechados por entidades productivas nacionales, de modo que los beneficios contribuyan al desarrollo regional y por sobre todo, se ejecuten en el país todas las operaciones del ciclo de elaboración, contribuyendo al crecimiento de la metalurgia nacional. Y si no es posible por razones de falta de capitales, por lo menos los beneficios que deberían recibir el país y la región por la explotación, no pueden tener los valores increíblemente bajos que rigen en la actualidad como consecuencia de la legislación que analizaré en el último de estos artículos.
(Continuará).
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