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lunes, 27 de junio de 2011

Dinero contra el cambio climático

26.06.2011Kepa Solaun
Escribo estas líneas desde Sudáfrica, donde está teniendo lugar el Partnership Forum de los Fondos de Inversión en el Clima. Para los no iniciados, es una iniciativa conjunta propiciada por varios fondos multilaterales para canalizar algo más de 6.000 millones de dólares destinados a que los países en vías de desarrollo hagan frente al cambio climático.
Esta cifra es sólo el principio. Según se acordó en la Cumbre de Copenhague de 2009, la contribución anual de los países desarrollados al llamado “Fondo Verde”, dirigido a enfrentar los impactos del cambio climático, empieza siendo de 10.000 millones al año desde 2010 y alcanzará, al menos, los 100.000 millones anuales en 2020. Durante los últimos años, nos hemos acostumbrado a trabajar con cifras tan descomunales, que ya casi nada nos asusta. No obstante, merece la pena dedicar unos minutos a reflexionar sobre qué puede y qué no puede hacer el dinero en este campo (¡y en este mundo!).
Lo primero que alguien puede pensar, no sin razón, es que hay algo amargo en esta “donación”. ¿No íbamos a hacer frente a las emisiones de gases de efecto invernadero enarbolando la bandera del Protocolo de Kioto y logrando evitar sus efectos? He aquí una muy mala noticia: con independencia de lo que hagamos para frenar el impacto de la actividad humana sobre el calentamiento global, buena parte de los efectos del cambio climático son inevitables y ya están ocurriendo.
Catástrofes naturales
Las catástrofes naturales y siniestros antropogénicos costaron a la sociedad en 2009 un total de 62.000 millones de dólares, según datos de la reaseguradora Swiss Re. Más de la mitad de este impacto económico está relacionado con la acción de fenómenos climáticos extremos generados por los denominados “peligros secundarios” de los impactos climáticos: desbordamientos fluviales, crecidas repentinas, marejadas ciclónicas, tormentas de granizo, etc. Aproximadamente un 30% de los daños asegurados en los últimos 30 años han sido causados por catástrofes de tipo natural con un valor total de 10.000 millones de dólares.

En este sentido, parecería más justo hablar de “indemnización” que de “donación”. La lógica que subyace a esta aportación es que la mayor parte de las emisiones provienen (de momento) de países desarrollados, mientras que los países en vías de desarrollo son los que van a sufrir en mayor medida las consecuencias. Atendiendo al Índice de Riesgo Climático elaborado por la institución Germanwatch, la inmensa mayoría de los países más vulnerables al cambio climático son, en efecto, países en vías de desarrollo, destacando Bangladesh, Myanmar, Honduras o Nicaragua.
Si la teoría suena bien, el problema práctico es, sin embargo, enorme. Se trata de poner en marcha instrumentos para buscar utilidad urgentemente a una cantidad que en 2020 tendrá una magnitud equivalente a la actual contribución global a la Ayuda Oficial al Desarrollo. Es decir, que es necesario encontrar instrumentos, interlocutores y canales, identificar y definir proyectos, y, sobre todo, financiarlos. Todo ello en un tiempo récord.
El único camino realista pasa por una rápida intervención del sector privado. Se debe invertir en aspectos tan diversos como infraestructuras, energía, medicina preventiva y edificación. Puede que nos tengamos que acostumbrar a escuchar que el dinero para los países pobres se queda en empresas de los países ricos. La alternativa, una donación desinteresada y no finalista que deje en manos de cada gobierno la gestión de los fondos, se antoja, le pese a quien le pese, mucho menos eficaz.
No deberíamos, por ello, escandalizarnos de que se hable del cambio climático como una oportunidad de negocio para ciertos sectores. Especialmente, en un país como España, con un tejido empresarial enormemente preparado en áreas como la energía, las redes distribución, las infraestructuras, la construcción o el turismo.
Esta misma semana, el PNUMA (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente) ha publicado un informe en el que ha pedido al sector privado una mayor involucración en la lucha contra el cambio climático y ha apuntado que este campo supondrá una oportunidad de crecimiento empresarial. Así las cosas, combatir el calentamiento global no sólo es vital para el planeta, sino que también puede ser vital para las empresas. Vistas cómo están las cosas, a lo mejor pueden hacer de la necesidad virtud.
Profesor de Economía de los Recursos Naturales en la Universidad de Navarra.
Socio-director de Factor CO2
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