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domingo, 19 de junio de 2011

Desastre Industriales: Después de Triangle

Por Scott Sutherland

Triangle
Qué ha cambiado — y qué no — en los 100 años después del incendio de Triangle Waist Co.


El 14 de diciembre de 2010, los cables informativos daban cuenta de un incendio en una fábrica de confección de prendas de vestir cerca de Dhaka, la capital de Bangladesh. Los primeros informes indicaban que decenas de personas habían perdido la vida y que muchos más se encontraban heridos. Los detalles seguían llegando.

Pronto se contó con un panorama completo. Un incendio había comenzado después de la 1 p.m. en el noveno piso de una fábrica de confección de prendas de vestir de 11 pisos que empleaba a más de 5.000 trabajadores. El New York Times informó que las instalaciones pertenecían al Grupo Ha-Meem, un importante fabricante de prendas que provee a minoristas de todo el mundo, como Gap y JCPenney. Era la hora del almuerzo y muchos trabajadores se encontraban afuera, pero unos cuantos también se hallaban en el comedor del décimo piso, sin estar al tanto del incendio. El incendio, alimentado por pilas de telas y prendas de vestir, se esparció rápidamente a los pisos superiores, y las personas que se hallaban en el comedor se encontraron rodeadas de humo y llamas. Algunos corrieron desesperadamente al undécimo piso; otros, atrapados en el comedor, rompieron las ventanas y saltaron al vacío. A medida que el incendio se propagó al undécimo piso, los trabajadores arrojaron rollos de tela por las ventanas y trataron de bajar a los pisos inferiores; algunos murieron o sufrieron graves lesiones cuando se les zafó la tela y cayeron al vacío. Un sobreviviente del incendio le contó a la BBC que habían encontrado trabada una puerta de salida del undécimo piso. El saldo posterior señaló que 30 personas perdieron su vida y más de 100 sufrieron heridas. La mayor parte de los muertos y heridos eran mujeres jóvenes. La causa del incendio no se ha determinado aún.Lo que dio relevancia a esta historia no fue necesariamente la sustancia de los detalles, aún con todo lo trágico que resultaron, sino cuánto se parecieron los mismos a los detalles de un histórico incendio ocurrido un siglo atrás. Todos los detalles de la tragedia de Ha-Meem —incendio que tuvo lugar en una fábrica de prendas de vestir ubicado en los pisos superiores de un edificio elevado, con sistemas inadecuados o inexistentes de protección de incendio, salidas insuficientes y posiblemente trabadas, una fuerza de trabajo principalmente femenina, y la imagen de personas saltando al vacío en lugar de enfrentar el terror de las llamas— también estuvieron presentes el 25 de marzo de 1911, cuando Triangle Waist Co., fabricante de blusas para mujeres, comenzó a arder en la ciudad de Nueva York, en donde fallecieron 146 personas y una gran cantidad de gente resultó herida. Más de 60 personas murieron al saltar de los pisos superiores, y miles de transeúntes horrorizados fueron testigos de sus momentos finales. Triangle continúa siendo el incendio accidental de un edificio industrial que provocó el mayor número de muertos en la historia de la Nación. También sirvió para generar un profundo cambio en la sociedad estadounidense, incluidas reformas radicales que incluyeron la adopción y cumplimiento de una gran cantidad de medidas de seguridad en el lugar de trabajo. El desarrollo y creación de NFPA 101®, Código de Seguridad Humana, es consecuencia directa del incendio de Triangle.

Sin embargo, el incendio de Ha-Meem y otros similares señalan que las condiciones que hace 100 años provocaron el desastre de Triangle no han desaparecido: simplemente se han mudado, una y otra vez, siguiendo los caminos más fáciles proporcionados por la creciente economía global. Lo que una vez hizo a Manhattan tan atractiva para los magnates de la industria de la vestimenta —un suministro aparentemente interminable de mano de obra barata, ninguna protección para los trabajadores y pocas normas para el lugar de trabajo— ha existido, en diferentes grados, en México, América Central, Tailandia, India, China, Bangladesh, y en otros lugares. “Al igual que exportamos esos trabajos, también exportamos los incendios en las fábricas”, afirma Robert Ross, profesor de sociología de la Universidad Clark de Worcester, Massachusetts, y autor del libro Slaves to Fashion: Poverty and Abuse in the New Sweatshops (Esclavos de la moda: Pobreza y abuso en las nuevas fábricas explotadoras). “He estado investigando esos incendios desde 2005 y resulta asombroso la manera en que estas tragedias se repiten: Condiciones poco seguras, puertas trabadas, mujeres y niñas que saltan de las ventanas. Es el mismo problema que se repite una y otra vez”.

Es por eso que en la mayor parte de las conmemoraciones del centésimo aniversario del incendio de Triangle, los recuerdos de esa tragedia se acompañarán con información acerca de los incendios más recientes que han castigado a la industria internacional de la vestimenta. Se exigirá que las industrias acepten las responsabilidades y que los gobiernos cumplan con las promesas de reglamentaciones y cumplimiento de las leyes. Habrá convocatorias para que los trabajadores continúen su lucha para lograr la sindicalización. Y se exigirá también que las autoridades de los Estados Unidos tomen medidas enérgicas contra las empresas explotadoras que continúan funcionando en todo el país, dado que los fabricantes siguen aprovechándose de las últimas olas inmigratorias de mano de obra barata. Habrá serias evaluaciones del nivel que ha alcanzado la seguridad en el lugar de trabajo y de cuánto queda aún por hacer.

Sin embargo, el hilo conductor de esos asuntos es Triangle. Un siglo después, todavía tiene la intensidad para conmovernos, o también horrorizarnos.

Triangle sigue siendo un caso fundamental de la seguridad en el lugar de trabajo en los EE.UU., pero no fue el único. A comienzos de siglo, periódicamente los incendios provocaban la muerte de trabajadores en una variedad de instalaciones industriales en los EE.UU.; sólo cuatro meses antes de Triangle, un incendio en una fábrica de focos de luz en Newark, Nueva Jersey, se propagó al piso superior, en donde se hallaban las instalaciones de un fabricante de ropa interior, provocando la muerte de 25 trabajadores. La misma Triangle Waist Co., que ocupaba los tres pisos superiores del edificio Asch de 10 pisos en el barrio de Greenwich Village, en la esquina de Washington Place y Greene Street, ya había sufrido incendios, pero ninguno que no pudiera apagarse con los baldes de agua estratégicamente ubicados en cada piso.

En 1911, la tecnología y las prácticas que podrían haber protegido a los trabajadores —escaleras con cerramiento, muros cortafuego, puertas cortafuego, sistemas de rociadores automáticos, simulacros de incendio— ya existían, y en algunos casos eran obligatorias, pero muy pocos propietarios se dignaban a implementarlas. Los atajos de diseño eran comunes; las leyes señalaban que una estructura del tamaño del edificio Asch debía contar con tres escaleras de acceso a cada piso, pero el arquitecto recibió una excepción del Departamento de Construcción e incluyó sólo dos, junto a una escalera de incendio exterior en la parte trasera del edificio que descendía sólo hasta el segundo piso. Las normas ponían énfasis sobre la importancia de construir edificios que pudieran soportar un incendio, no en proteger a sus habitantes. “Mi edificio es a prueba de incendios”, declaraba Joseph P. Asch a los periodistas el día después del incendio sobre el edificio que llevaba su nombre, que construyó en 1901. También insistió en que el edificio cumplía con todos los códigos de la ciudad de Nueva York, aunque como ciertos reformistas, periodistas y una gran cantidad de políticos ya estaban señalando, las declaraciones de Asch sobre el cumplimiento de las normas distaban mucho de ser la garantía de un edificio a prueba de incendios.

El incendio comenzó en el octavo piso alrededor de las 4:40 p.m., mientras los 500 trabajadores de la fábrica —la mayor parte jóvenes mujeres inmigrantes recién llegadas de Italia o Rusia— estaban terminando el día laboral y dirigiéndose a la salida acostumbrada; un par de ascensores de carga ubicados a lo largo de la pared trasera, cerca de las ventanas que dan a Greene Street. Después de que fueran revisados sus bolsos para controlar que no hubieran robado telas o blusas, las trabajadoras subían a los ascensores que las llevarían a la planta baja. Cada piso medía alrededor de 100 pies (30 metros) de lado, y una gran zona abierta en el octavo piso contenía mesas para cortar tela, que las trabajadoras usaban para hacer vestidos, camiseros, o blusas, sentadas frente a máquinas de coser, las que se encontraban instaladas sobre seis largas mesas. Las blusas estaban hechas de algodón fino y los retazos se colocaban en recipientes debajo de las mesas de corte. Se calcula que el 25 de marzo había una tonelada o más de retazos altamente combustibles dentro de los recipientes.

Los trabajadores notaron la presencia del humo, luego del fuego, saliendo de uno de los recipientes ubicados cerca de los ascensores, probablemente un fósforo o colilla de cigarrillo arrojado por una cortadora. Algunos hombres corrieron a buscar baldes de agua; en el tiempo que les llevó volver, el fuego se había convertido en algo indomable. El agua no surtió efecto, y el fuego se propagó a la habitación, cortando el camino a los ascensores y dificultando el acceso a la escalera cercana. Todo era combustible: Las mesas y sillas de madera, el piso de madera sucio del aceite de las máquinas de coser, la tela y las blusas y el papel de seda apilado por toda la habitación. El humo subía por el cielorraso y partículas de ceniza encendida flotaban por el aire, provocando más incendios. Después de unos minutos, la habitación era un infierno, y los trabajadores gritaban mientras corrían hacia las salidas restantes: la escalera cercana a los ascensores de carga, una escalera y un par de ascensores de pasajeros ubicados en diagonal a la gran habitación, cerca de las ventanas de Washington Place.

Cada piso cuenta su propia historia. En el octavo, la mayoría de los trabajadores trataron de utilizar las dos escaleras, pero la puerta hacia las escaleras de Washington Place estaba cerrada: la idea era hacer salir a todos por los ascensores de carga de Greene Street, para poder controlar que nadie robara nada. Un operario llamado Louis Brown pudo hacerse paso por la muchedumbre y destrabar la puerta que daba a la escalera de Washington Place, pero descubrió que abría hacia adentro; pudo forzarla y los trabajadores escaparon en tropel. Otros trabajadores llamaron desesperadamente a los ascensores de pasajeros, pero éstos tardaban un tiempo exasperante en descender y volver. Alguien logró traer una manguera de tubo vertical de una escalera como un último esfuerzo de combatir las llamas, pero nadie pudo hacerla funcionar. Un pequeño grupo de trabajadores, utilizó la endeble escalera de incendio, rompió una ventana del sexto piso, volvió a entrar al edificio y fue rescatado por los bomberos, quienes llegaron al lugar cinco minutos después de iniciado el incendio. Las ventanas del octavo piso comenzaron a explotar debido al calor intenso, y las llamas salieron por los costados del edificio, especialmente en la parte trasera cerca de la escalera de incendio. Una trabajadora hizo un llamado desesperado al décimo piso, donde se ubicaban las oficinas de los dueños, para alertarlos sobre el incendio. Trató de llamar al noveno piso pero no obtuvo respuesta. La mayoría de las personas que estaban en el octavo piso pudieron salir.

Aún con el alerta del octavo piso, la situación en el décimo se deterioraba con rapidez. En unos minutos, el humo y las gigantescas llamas sobrepasaban las enormes ventanas del lado de Greene Street, y la habitación se llenaba de humo. En el piso había un par de largas mesas de planchado, instalaciones para envíos y, a lo largo del lado de Washington Place, las oficinas de los dueños de Triangle, Max Blanck e Isaac Harris. Los ascensores no daban abasto, y el fuego consumía las escaleras del piso inferior, bloqueando el escape. La escalera cercana al lado de Greene Street llevaba al techo, y la mayor parte de los 60 trabajadores del décimo, junto a Blanck y Harris, se refugiaron allí. Las llamas y el denso humo preveniente de abajo no generaban una situación muy segura en el techo, y los techos de los dos edificios lindantes eran muy altos para poder escapar. Un profesor y sus alumnos de un edificio de la Universidad de Nueva York ayudaron al grupo, utilizando las escaleras de los pintores para ayudar a los trabajadores de Triangle. Todas las personas del décimo piso que subieron al techo fueron rescatadas.

Las más de 250 personas del noveno piso no tuvieron tales opciones. La habitación contaba con ocho máquinas de coser de 75 pies (25 metros) de largo, con 30 trabajadores por mesa. Nunca recibieron un llamado del piso inferior, y la mayor parte de los trabajadores ya no estaba trabajando: esperaban los ascensores de carga, tomaban sus sacos y carteras o conversaban con sus compañeros en las largas mesas.  Cuando se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo, a los cinco minutos de haberse iniciado el incendio en el octavo piso, las llamas se elevaban por las enormes ventanas de la parte trasera de la habitación; en segundos, el fuego había hecho explotar las ventanas e ingresaba rápidamente, poniendo en juego el acceso a los ascensores de carga y las escaleras cercanas.

Los aterrados trabajadores se abrían paso por entre las máquinas y las largas y apiñadas mesas para poder alcanzar los ascensores o las escaleras. Los ascensores, ya bombardeados por llamadas de los pisos octavo y décimo, tardaban en llegar. Los trabajadores corrieron hacia ambas escaleras y, una vez más, encontraron cerrada la puerta hacia las escaleras de Washington Place. Sin embargo, esta vez nadie pudo destrabarla o forzarla. Algunas personas pudieron bajar por las escaleras de Greene Street, pero las enormes llamas del octavo piso rápidamente bloquearon el camino para el resto. Algunos hicieron frente a las llamas de la escalera y se dirigieron al décimo piso, pero muchas personas parecían no saber que las escaleras llevaban al techo y a la posibilidad de la salvación. Las personas se aglomeraban con desesperación en las escaleras de incendio, angostas y empinadas. Los ascensores para pasajeros llegaron finalmente, y las mujeres se lanzaban dentro de los coches, 20 o más en coches diseñados para 10, algunas con el cabello o la ropa en llamas.

10 minutos después de haberse iniciado el incendio en el piso inferior, las intensas llamas habían dividido el noveno piso, separando a muchos trabajadores de las salidas. El fuego los acorraló en las ventanas de Washington Place y Greene Street. La gente que observaba en las calles inicialmente pensó que las formas humeantes que caían al pavimento eran paquetes de telas arrojados por el propietario de la fábrica en un intento de salvarlos; rápidamente todos se dieron cuenta de lo que pasaba. Comenzaron a caer de a dos, y de a tres y de a cuatro. Los bomberos tendieron redes, pero las personas caían con mucha fuerza y las rompían. Llegó un camión de bomberos, pero la escalera llegaba sólo al sexto piso; una chica se detuvo en una ventana del noveno piso, dio un salto imposible para tratar de alcanzar la parte superior de la escalera —ubicada 30 pies (10 metros) abajo— y falló. En la parte trasera del edificio, la escalera de incendio se desplomó, llevándose decenas de personas, algunas de ellas ya en llamas.

Los dos ascensores de pasajeros seguían llevando trabajadores del noveno piso hacia el lobby. Uno de ellos trató de volver al noveno piso, pero se detuvo en el octavo piso debido a la deformación de los carriles, resultado del intenso calor que subía por el hueco del ascensor. Algunos trabajadores forzaron las puertas del ascensor y saltaron al cable. Algunos sobrevivieron. La mayoría no logró asirse del cable, o buscaron el hueco como una alternativa desesperada a las llamas. El segundo coche quedó trabado en la parte inferior del hueco, sin poder moverse debido a la cantidad de cuerpos que habían caído sobre él, doblando el techo de hierro. “No paraban de caer”, recuerda uno de los ascensoristas, en el clásico The Triangle Fire, escrito por Leon Stein. “La ropa de algunas personas estaba encendida mientras caían. Podía ver los rayos de fuego cayendo como cohetes encendidos".

Todo terminó en alrededor de 15 minutos. “A las 4:57 un cuerpo con la ropa en llamas cayó del alféizar del noveno piso [y] se enganchó en un hierro retorcido que salía del sexto piso", Stein escribe. “Por un minuto quedó allí, quemándose. Luego se desplomó a la vereda. Nadie más cayó”.

El reinado de Triangle como el incendio industrial más mortal del mundo (excluyendo atentados terroristas y explosiones) duró hasta 1993, cuando el incendio de la fábrica de juguetes Kader cerca de Bangkok, Tailandia, provocó la muerte de 188 personas y causó heridas en cientos de ellas.

Esta vez no se trataba de la industria de la vestimenta, pero tenía una cercana similitud. Una fuerza de trabajo principalmente de mujeres y niñas, algunas de tan sólo 13 años, fabricaban juguetes para compañías estadounidenses que incluían Fisher-Price, Hasbro, Kenner y otras, según el New York Times. Había una cantidad significativa de cargas combustibles en forma de telas, plásticos y materiales de relleno. No se contaba con sistemas de rociadores, las alarmas no funcionaban bien y las salidas eran deplorablemente inadecuadas. Los autores de la investigación del incendio para NFPA señalan que el incidente puede relacionarse directamente con el de 1911. “Para analizar el incendio de Kader, una comparación directa con el incendio de Triangle brinda un punto de referencia muy útil”, escribieron. “Los temas que merecen ser mencionados en términos de similitudes incluyen el paquete de combustible, la extensión de las separaciones horizontales y verticales del incendio, los sistemas fijos de protección contra incendios, la disposición de las salidas y la capacitación sobre seguridad contra incendios…La ubicación inadecuada de las salidas fue quizás el factor más preponderante de la elevada pérdida de vidas en los incendios de Kader y de Triangle. El uso del Código de Seguridad Humana“habría reducido la cantidad de muertos en forma radical", señalan.

Uno de los autores del informe fue Casey Grant, en la actualidad director de investigación de la Fundación para Investigaciones de Protección contra Incendios. “Cuando uno ve un incendio como este, no puede evitar pensar que estamos condenados a revivir Triangle una y otra vez”, dice Grant, quien visitó las instalaciones de Kader y trabajó con la Organización Internacional del Trabajo, una agencia de las Naciones Unidas que controla las normas internacionales de trabajo para elaborar el informe. “En conjunto, creo que estamos progresando en estos temas en todo el mundo, pero todavía nos falta mucho". Grant señala que mientras que los países desarrollados pueden servir como ejemplos de seguridad para las naciones más pobres con pocas reglamentaciones, también distan mucho de ser modelos perfectos; en 1991, en un incendio en las instalaciones de procesamiento de pollos de Imperial Foods en Hamlet, Carolina del Norte, fallecieron 25 trabajadores y 54 resultaron heridos porque las puertas de salida se encontraban trabadas. Los investigadores descubrieron que la planta nunca recibió una inspección de seguridad en sus 11 años de funcionamiento.

Mientras que tales incendios reciben una cobertura mediática significativa en los EE.UU., a menudo la historia es diferente cuando el incendio ocurre en otra parte del mundo. En su introducción a la edición 2001 del libro de Stein, el periodista William Greider ofrece una cáustica evaluación sobre la inexistente reacción al incendio de Kader, resultado de las condiciones económicas globales que lo generaron.  “Las condiciones abusivas se encuentran esparcidas por todo el mundo, a menudo en lugares oscuros no visibles para el público”, escribe; la indignación es local y no se les da gran publicidad.  “La mayor parte de los países en vías de desarrollo, como China y Tailandia, cuentan con leyes sólidas que requieren condiciones de trabajo seguras”, continúa. “Estas leyes no se hacen cumplir ampliamente y las empresas las evaden en forma sistemática, incluidos los subcontratistas que proveen a las multinacionales estadounidenses más importantes... las leyes son trastocadas por la feroz competencia entre los países pobres, que están desesperados por recibir inversiones extranjeras y nuevas fábricas que prometen trabajo y crecimiento".  Cita al ministro de industria de Tailandia, quien resume el predicamento que surge al sancionar a los infractores: "Si los sancionamos, ¿quién va a querer invertir aquí?”.

La así llamada race to the bottom (o “carrera hacia mínimos") por parte de los fabricantes —que consiste en la búsqueda agresiva por el mundo de lugares con la mano de obra más barata y la menor cantidad de requisitos regulatorios— ahora la encarna Bangladesh, en donde alrededor de 5.000 fábricas de prendas de vestir emplean a 3 millones de trabajadores, convirtiéndola en la industria más importante del país, pero que continúa llevando la carga histórica de los incendios. Según el Foro Internacional de Derechos Humanos, entre 2006 y 2009 murieron 414 trabajadores en 213 incendios ocurridos en fábricas de vestimenta. En febrero de 2010, otro incendio cerca de Dhaka provocó la muerte de 21 trabajadores en una fábrica de suéteres que producían prendas para H&M y otras marcas.

Un par de oraciones de una historia en el New York Times sobre el incendio de Ha-Meem sugiere que no hay mucha diferencia entre los problemas de seguridad de Bangladesh en 2011 y Nueva York en 1911: “Las pilas de telas en las fábricas de prendas de vestir son fácilmente combustibles. Los incendios pueden ser mortales porque algunos propietarios bloquean las salidas para evitar que los trabajadores dejen sus máquinas”.

El edificio todavía se encuentra allí, o por lo menos la mayor parte. Desde entonces, el edificio Asch se ha incorporado a un edificio de mayores dimensiones con salones de clase y oficinas de la Universidad de Nueva York, pero las fachadas de Washington Place y Greene Street siguen casi iguales a su apariencia de hace un siglo. El 25 de marzo miles de personas se reunirán en el edificio para conmemorar el incendio. Imaginarán la esquina con la apariencia que podría haber tenido en 1911, e imaginarán a las personas colgando de las ventanas, con llamas detrás de ellos.

En 1911, no habías leyes que exigieran rociadores o simulacros de incendio en las fábricas de la ciudad de Nueva York, y muchos de los edificios eran tanto o más altos que el edificio Asch. Stein señala que en septiembre de 1909 la ciudad contaba con 612.000 trabajadores en 30.000 fábricas, y que a comienzos de 1911 cerca de la mitad de los mismos trabajaba por encima del séptimo piso. Las escaleras y mangueras del cuartel de bomberos generalmente sólo servían hasta el sexto piso.

De las 146 personas que fallecieron en el incendio de Triangle, sólo seis trabajaban en el noveno piso. Entre los muertos, 129 eran mujeres y niñas. Más de 60 de las víctimas eran adolescentes; las más jóvenes tenían 14. Entre las mujeres que perdieron su vida había una madre y sus dos hijas. Ocho meses después del incendio, Blanck y Harris, los propietarios de Triangle, fueron absueltos por un jurado sobre la acusación de homicidio sin premeditación. Triangle Waist Co. se mudó a otro edificio, y en 1913 un inspector de la recientemente formada Oficina de Prevención de Incendio de la ciudad de Nueva York descubrió una puerta de la fábrica cerrada con una cadena durante el horario de trabajo y con 150 trabajadores en el interior. Blanck fue arrestado y lo multaron con $20. Ese mismo año, hubo un incendio en una fábrica de prendas de vestir en Binghamton, Nueva York, donde murieron 35 trabajadores, y se establecieron comparaciones con Triangle.

Sin embargo, para entonces la tragedia de Triangle había desencadenado un período intenso de reformas. En 1914, el estado de Nueva York había promulgado decenas de leyes que modificaban la seguridad en las fábricas, incluida la seguridad contra incendios, y se convirtió en un modelo nacional. A instancias de una joven reformista llamada Frances Perkins, quien luego sería Secretaria de Trabajo en la administración de Franklin Roosevelt, la NFPA expandió su misión de proteger edificios a proteger a las personas que trabajaban en ellos, y emprendió esfuerzos que finalmente darían inicio a la creación del Código de Salidas de Edificios, el precursor del Código de Seguridad Humana. Todos estos pasos fueron parte de un movimiento de reformas progresistas más amplio que abordaba no sólo la seguridad, sino también los sueldos y horarios de trabajo, el fin del trabajo infantil, y muchos temas más. Se ha dicho que el principio central del New Deal de Franklin D. Roosevelt —el gobierno como protección del pueblo— nació de las llamas de Triangle.

Pero como indica el historiador Mike Wallace, los beneficios obtenidos a menudo se pierden fácilmente. “Muchas de las reformas iniciales obtenidas a partir del incendio de Triangle recibieron la enérgica oposición de hombres de negocios conservadores…[quienes] retomaron las riendas rápidamente y pudieron detener, frustrar o invertir las iniciativas liberales”, escribió en una crítica de 2003 en el New York Times sobre “Triangle: El incendio que cambió a los EE.UU.”, un libro escrito por el periodista David Von Drehle. “El New Deal expandió el terreno de la democracia social, pero para finales de la década del 30 los oponentes habían retomado la iniciativa y desmantelado un gran número de sus programas principales. En las décadas del 60 y 70, los reformistas lograron establecer reglamentaciones sobre salud, seguridad y contaminación; en la actualidad, los defensores del mercado libre las están menoscabando. Y las empresas explotadoras que se abusan de los trabajadores inmigrantes —vulnerables y sin una organización— se encuentran de nuevo malignamente sanas y salvas en la ciudad de Nueva York".

Mientras que la definición de empresa explotadora incluye el abuso de sueldos y horas de trabajo, Joel Shufro, quien ha sido el director ejecutivo del Comité de Nueva York sobre Seguridad y Salud Ocupacionales durante 32 años, afirma que los problemas casi nunca terminan ahí. “Si los empleadores no cumplen con las leyes salariales, seguramente no están cumpliendo las reglamentaciones de seguridad y salud", afirma. “Nuestra experiencia señala que en muchos casos la frase célebre “la seguridad paga” no es aplicable para estos empleadores; para ellos es más barato exponer a los trabajadores a los productos tóxicos y a los riesgos para luego literalmente descartarlos". Las amenazas como estas hablan de la “extrema necesidad” de expandir el cumplimiento, afirma Shufro, porque los mecanismos actuales con los que se cuenta para proteger a los trabajadores resultan insuficientes. “La red de seguridad que creció después de Triangle ha protegido a trabajadores y ciudadanos por generaciones, pero la están destruyendo las personas que sienten hostilidad hacia cualquier clase de reglamentación, tanto en Washington D.C. como en muchos estados”.

El sociólogo Roberto Ross cuenta acerca de una visita reciente a una pequeña fábrica de prendas de vestir en la sección del barrio chino de Boston, “Había una reja de seguridad que cubría tres cuartos de la puerta principal, por lo que había que ponerse en cuatro patas para entrar al lugar”. “En los pasillos había prendas de vellón polar apiladas hasta la altura de los hombros, y la puerta trasera tenía colocado un candado cerrado desde afuera. Era un Triangle en miniatura que podía desencadenarse en cualquier momento".

Triangle no fue el único incendio en el sur de Manhattan que le produjo a Leon Stein un gran impacto. En marzo de 1958, estalló un gran incendio en una fábrica ubicada a unas cuadras de su oficina, a cinco de donde había ocurrido la tragedia de Triangle. Corrió hasta el lugar, un edificio de seis pisos en la calle Houston y Broadway. Se había desatado un incendio en una fábrica textil en el tercer piso, y se había extendido a una fábrica de prendas de vestir del cuarto piso. Una gran sección del cuarto piso se había caído, provocando la muerte de 24 personas. El edificio no tenía rociadores, no contaba con una escalera de incendios adecuada y no habían efectuado simulacros de incendio. Hacía más de tres décadas que la NFPA había elaborado el Código de Salidas de Edificios.

Mientras observaba cómo bajaban los cuerpos en canastas, de repente Stein vio a una amiga en la multitud: Josephine Nicolosi, quien había sobrevivido al octavo piso de Triangle y cuya historia incluiría en su libro, “El incendio de Triangle”, que publicó en 1962. La mujer estaba llorando. Le tomó a Stein por las muñecas y se las sacudió con desesperación.

“¿De qué sirvieron todos estos años?”, le preguntó, implorando, mientras el humo se elevaba del edificio ubicado detrás de ella. “Los incendios siguen ocurriendo”.

Scott Sutherland es editor ejecutivo del NFPA Journal.

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