Cumbre del Clima. Lo aprobaron 195 países. Reducirán los niveles de contaminación para que la temperatura del planeta no suba más de 2° de aquí al fin del siglo. Intentarán así evitar catástrofes ambientales y más daños al ecosistema
La era de los combustibles fósiles empezó hoy su tiempo de descuento, cuando en París se aprobó por unanimidad un acuerdo histórico para limitar la suba de la temperatura global a “muy por debajo” de los 2° centígrados respecto de los niveles existentes en la era preindustrial, un aumento causado por la acumulación sostenida de dióxido de carbono en la atmósfera. Esta es una meta difícil, que requerirá de un esfuerzo de países grandes y chicos, siempre tratando de elevar su volumen de ambición, como dice el texto que emergió de la Cumbre del Clima, tras dos semanas de maratónicas negociaciones.
Este fue un triunfo rotundo de la sociedad civil, que viene presionando en las negociaciones y las calles por una agenda en la que la gente esté por encima de los lobbistas, lo que tomó más de 20 años de combatir mentiras maliciosas sobre la realidad del cambio climático. Y, obviamente, también de la diplomacia de Francia, que ha logrado con inteligente persistencia tender puentes donde no los había, doblar brazos. Hasta al canciller Laurent Fabius, que condujo estas negociaciones, se le caían las lágrimas al anunciar el texto, un momento en el que la emoción cortaba el aire.
Ya los científicos dijeron que este acuerdo no era suficiente, pero desde las ONGs apuntan que es un muy buen comienzo. Es un tratado vinculante y su objetivo principal es mantener la temperatura “muy por debajo de los 2 grados de aumento respecto de la era preindustrial y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 grados”. Como la arquitectura de este proceso está organizada de abajo hacia arriba, desde el esfuerzo de cada país, y no desde la imposición de un órgano centralizado, cada parte deberá superar la ambición de sus metas cada 5 años, algunos empezando en 2020, cuando entra en vigor el acuerdo. En 2018, se realizará “un diálogo para hacer un balance de los esfuerzos colectivos “ y el IPCC, el órgano que produce la ciencia de cambio climático, ha de realizar un informe especial sobre qué significa un aumento de 1,5 grados.
Casi todos los países –a excepción de Venezuela, Nicaragua y otros pocos más– han presentado planes de mitigación del cambio climático pero la suma de todos esos esfuerzos –reconoce el texto final aprobado– sigue agregándole a la atmósfera 55 gigatoneladas de dióxido de carbono, lo que tardará siglos y siglos desaparecer de allí, atrapando el calor del sol (Una gigatonelada equivale a un millón de millones, la cifra seguida de doce ceros). Para limitar la suba a 2 grados, no se debería agregar más de 40 gigatoneladas de gases de efecto invernadero. Por lo tanto, la periodicidad, la revisión y la transparencia de los nuevos planes es absolutamente crucial.
El acuerdo contiene un artículo dedicado a los daños y pérdidas causados por el cambio climático, un reclamo de los países vulnerables. Sin embargo, no es su costado más ambicioso. Y por expreso pedido de los Estados Unidos, teniendo en cuenta que su Congreso está repleto de campeones del negacionismo, el texto dice explícitamente que “no implica ni da lugar a ninguna forma de responsabilidad jurídica o indemnización “ por parte de las víctimas del cambio climático.
Otro aspecto clave es la llamada “diferenciación”. Esto es que cada país hace su recambio tecnológico a la medida de sus posibilidades. Pero aquí el texto tiene un mecanismo del presión: que es el de lo que dice la ciencia. Indica textualmente que es necesario “lograr que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo lo antes posible, teniendo presente que los países en desarrollo tardarán más en lograrlo y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero de conformidad con la mejor información científica posible para alcanzar un equilibrio entre emisiones antropogénicas y las fuentes y la absorción antropogénicas por los sumideros en la segunda mitad del siglo”.
Todo esto es un lenguaje enredado. Hubiera sido mejor que pidiera la descarbonización total de las economías al 2050, que era la ambición de la mayoría de las ONGs. Pero este es un acuerdo entre 195 países, cada uno con cabeza distinta. Como decía ayer Oscar Soria, un brillante argentino de la organización Avaaz, este acuerdo “es un mecanismo” para llegar a la meta de 100 por ciento de energías renovables. “Los cambios no son lineales, son progresivos. Este acuerdo nos lleva a seguir cambiando cosas”, sostuvo. Ahora, las palabras deberán estar coronadas por la acción.
Este fue un triunfo rotundo de la sociedad civil, que viene presionando en las negociaciones y las calles por una agenda en la que la gente esté por encima de los lobbistas, lo que tomó más de 20 años de combatir mentiras maliciosas sobre la realidad del cambio climático. Y, obviamente, también de la diplomacia de Francia, que ha logrado con inteligente persistencia tender puentes donde no los había, doblar brazos. Hasta al canciller Laurent Fabius, que condujo estas negociaciones, se le caían las lágrimas al anunciar el texto, un momento en el que la emoción cortaba el aire.
Ya los científicos dijeron que este acuerdo no era suficiente, pero desde las ONGs apuntan que es un muy buen comienzo. Es un tratado vinculante y su objetivo principal es mantener la temperatura “muy por debajo de los 2 grados de aumento respecto de la era preindustrial y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5 grados”. Como la arquitectura de este proceso está organizada de abajo hacia arriba, desde el esfuerzo de cada país, y no desde la imposición de un órgano centralizado, cada parte deberá superar la ambición de sus metas cada 5 años, algunos empezando en 2020, cuando entra en vigor el acuerdo. En 2018, se realizará “un diálogo para hacer un balance de los esfuerzos colectivos “ y el IPCC, el órgano que produce la ciencia de cambio climático, ha de realizar un informe especial sobre qué significa un aumento de 1,5 grados.
Casi todos los países –a excepción de Venezuela, Nicaragua y otros pocos más– han presentado planes de mitigación del cambio climático pero la suma de todos esos esfuerzos –reconoce el texto final aprobado– sigue agregándole a la atmósfera 55 gigatoneladas de dióxido de carbono, lo que tardará siglos y siglos desaparecer de allí, atrapando el calor del sol (Una gigatonelada equivale a un millón de millones, la cifra seguida de doce ceros). Para limitar la suba a 2 grados, no se debería agregar más de 40 gigatoneladas de gases de efecto invernadero. Por lo tanto, la periodicidad, la revisión y la transparencia de los nuevos planes es absolutamente crucial.
El acuerdo contiene un artículo dedicado a los daños y pérdidas causados por el cambio climático, un reclamo de los países vulnerables. Sin embargo, no es su costado más ambicioso. Y por expreso pedido de los Estados Unidos, teniendo en cuenta que su Congreso está repleto de campeones del negacionismo, el texto dice explícitamente que “no implica ni da lugar a ninguna forma de responsabilidad jurídica o indemnización “ por parte de las víctimas del cambio climático.
Otro aspecto clave es la llamada “diferenciación”. Esto es que cada país hace su recambio tecnológico a la medida de sus posibilidades. Pero aquí el texto tiene un mecanismo del presión: que es el de lo que dice la ciencia. Indica textualmente que es necesario “lograr que las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero alcancen su punto máximo lo antes posible, teniendo presente que los países en desarrollo tardarán más en lograrlo y a partir de ese momento reducir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero de conformidad con la mejor información científica posible para alcanzar un equilibrio entre emisiones antropogénicas y las fuentes y la absorción antropogénicas por los sumideros en la segunda mitad del siglo”.
Todo esto es un lenguaje enredado. Hubiera sido mejor que pidiera la descarbonización total de las economías al 2050, que era la ambición de la mayoría de las ONGs. Pero este es un acuerdo entre 195 países, cada uno con cabeza distinta. Como decía ayer Oscar Soria, un brillante argentino de la organización Avaaz, este acuerdo “es un mecanismo” para llegar a la meta de 100 por ciento de energías renovables. “Los cambios no son lineales, son progresivos. Este acuerdo nos lleva a seguir cambiando cosas”, sostuvo. Ahora, las palabras deberán estar coronadas por la acción.
Clarín
Sábado 12 de Diciembre de 2015
Sábado 12 de Diciembre de 2015
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